Carta: A mi me encanta ir, aunque es duro

El voluntario Antón Fernandez nos envió hace unos días el informe de su viaje, y al final concluía con una carta que hemos querido compartir con vosotros:

Acabas de llegar a Honduras. El sol brilla intenso y hace calor. Todo es muy colorido: la naturaleza es exuberante y los coches están decorados con luces, pegatinas y alerones. Se escucha música en muchas esquinas y hay un constante olor a comida callejera.

En la escuela del vidrio, te encuentras con unos alumnos uniformados y bien educados, así como con unos profesores cálidos y acogedores, en un ambiente limpio y ordenado.

Durante unos días, parece que has olvidado por qué estás allí, hasta que en una conversación con Elisa, la directora, preguntas por una alumna que te cayó bien. Esta niña, que ahora tiene 13 años, tuvo que presenciar un acto de violencia extrema cuando tenía tan solo nueve. La historia te sobrecoge, pero estás en la escuela y trabajando, así que mantienes la compostura. Al día siguiente, preguntas por otro alumno al azar, quizá uno que es muy participativo en clase. Esta vez te cuentan sobre un padre ausente y una madre que acaba de emigrar a otro país en busca de una vida mejor, mientras el niño lleva años esperando a que ella regrese a recogerlo. Pasan los días y sigues escuchando más historias: embarazos adolescentes, violencia intrafamiliar, inundaciones, etc. Pronto, se te quitan las ganas de seguir preguntando.

Te das cuenta de que estos alumnos no solo se enfrentan a la falta de recursos, sino que también son víctimas del miedo, del crimen organizado y de gobiernos irresponsables. Es difícil evitar el pesimismo; la situación parece no tener solución.

Sin embargo, en la escuela ves a los niños y adolescentes comportándose como lo que son: niños y adolescentes. Tienen un lugar seguro donde estar, una ración completa de comida y la posibilidad de un futuro mejor. La escuela del vidrio les ofrece una alternativa a lo que hay fuera: desempleo o empleos precarios, captación por bandas o emigración ilegal, entre otras opciones. Es imposible cambiar la situación de un país sin la voluntad de sus dirigentes, pero proyectos locales como la escuela del vidrio han cambiado, cambian y seguirán cambiando muchas vidas para mejor.

 

Gracias Antón y Catu por venir y querer volver, por vuestra mirada y dedicación.



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