Diario de una voluntaria, parte 1.

Una fundación es como un iceberg, como la teoría de Hemingway, que apuntaba que todo relato debe reflejar tan sólo una parte pequeña de la historia para dejar el resto a la interpretación del lector.

En el caso de una fundación no es por gusto como tal, no es por mantener el misterio. Sin embargo, no deja de ser uno de los mayores icebergs que me he encontrado en la vida. Ayudas a una persona y encuentras a toda una familia debajo, de la que no se habla, de la que uno no sabe. Pero que aprende igual que tu alumno, usa la misma computadora que tu alumno,  evoluciona y valora la educación que recibe de refilón, al igual que tu alumno. 

Una fundación es un iceberg porque nunca se sabe ni la mitad de problemas que tienen la gente a la que ayudas. Y en caso de saberlo, son cosas imposibles de compartir para sensibilizar. Demasiado duras, demasiado personales, demasiado secretas. 

En este escaso tiempo me he dado cuenta que tener una fundación es a partes iguales precioso, cansado y satisfactorio. Es bonito conocer el iceberg, darse cuenta de lo que hay detrás. Pero también es duro descubrir lo que hay debajo, todos cubrimos los que no queremos que se vea. 

A todo esto, yo tampoco conozco el iceberg entero. Solo lo que nos cuenta Elisa (Directora del colegio), que nos cuenta el número de niñas que dejan la escuela por casarse o por embarazo, el número de jóvenes que han emigrado o el número de chicos y chicas que viven en condiciones imposibles. 

Pues eso, números, que aún siendo números emocionan y te dejan encogido, pero no deja de ser complicado visualizarlo. 

Os cuento todo esto porque estoy nerviosa. Porque Patricia y yo nos vamos a Honduras este domingo y esos números se van a convertir en caras. Y esas historias se van a convertir en algo palpable, en cosas escondidas, en mochilas cargadas de piedras en jóvenes de 15 años. Estoy nerviosa porque siento que hay cosas por descifrar y me siento mal, en parte, porque a veces cuando uno trabaja en estas cosas solo ve números y una se acostumbra a decir “qué espanto” sintiéndolo cada vez un poquito menos. Tampoco es que se pueda vivir con el peso del mundo sobre solo los hombros, y tampoco es que lo haga, no nos vamos a engañar, no soy tan sentida.

Pero también por eso nos pasamos el día pidiendo financiación (que para eso estamos), para que esos números no pesen solo sobre una cartera, sobre unos pocos trabajos. Recaudamos ya no solo para el día a día de nuestros chicos y chicas (que también) sino para el futuro de una comunidad entera. Para que tengan opciones y las alternativas no sean ni las maras, ni los embarazos a los 14,  ni trabajar recogiendo palitos. No sé, tampoco hay muchas más conclusiones. Seguiremos informando. A la vuelta supongo que tendremos alguna más.  

Ah, por cierto, aquí empieza el diario de una voluntariaEspero que os guste o que os disguste, no sé, que os haga sentir algo. 

Compartir y todas esas cosas que siempre ayuda.

 



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