264 Millones de niños y jóvenes no van a la escuela

Tenemos que hacer realidad la promesa de la educación

 

Un titular con una cifra escandalosa que nos dice que algo va mal, que el objetivo de Desarrollo Sostenible 4 que pretende “Garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje permanente para todos” está lejos, que la Agenda 2030 es ambiciosa y que la Declaración de Incheon, aprobada en mayo del 2015 por más de 160 países, es un paso importantísimo, pero de difícil alcance.

La educación es una responsabilidad compartida, en la que todo el mundo debe desempeñar un papel, porque sólo uniendo esfuerzos será posible avanzar. Gobiernos, escuelas, docentes, deben liderar el cambio junto con los estudiantes y sus padres. Hay que definir las líneas y actuar rápidamente sobre carencias y errores.

Además, “sin aprendizaje, la educación no podrá ser el factor determinante para poner fin a la pobreza extrema, generar oportunidades y promover la prosperidad compartida. Incluso después de asistir a la escuela durante varios años, millones de niños no saben leer, escribir ni hacer operaciones matemáticas básicas. La crisis del aprendizaje está ampliando las brechas sociales en lugar de cerrarlas. Los estudiantes jóvenes que ya se encuentran en una situación de desventaja debido a la pobreza, a conflictos, a cuestiones de género o a discapacidades llegan a la primera etapa de la edad adulta sin contar siquiera con las competencias más básicas para desenvolverse en la vida”, señala un comunicado de prensa del Banco Mundial. La escolarización sin aprendizaje no es solo una oportunidad desaprovechada, sino también una gran injusticia para los niños y los jóvenes de todo el mundo.

El sistema educativo tiene que contribuir al crecimiento económico y al desarrollo social. Un sistema educativo incluyente se traduce en libertad individual y bienestar social, y, sostenido en el tiempo, estimula la innovación, fortalece las instituciones y promueve la cohesión social. Sin embargo, hay cada vez más evidencia de que lo que impulsa el crecimiento y prepara a las personas para la vida y el trabajo son las habilidades y competencias que adquieren durante su formación, y no solo los años que pasan en la escuela. La celeridad de los cambios tecnológicos hace que estas habilidades y competencias básicas sean aún más importantes, porque son las que permiten a trabajadores y ciudadanos adaptarse rápidamente a nuevas oportunidades. Los países ya han dado los primeros pasos al lograr que una gran cantidad de niños y jóvenes asistan a la escuela.



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